¿Qué evaluamos?

Maestro en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París, Francia. Maestría en Administración Pública por la Escuela ...
Más de Ricardo Raphael18 de noviembre de 2013
No
todas las inversiones públicas tienen el mismo impacto cuando se trata
de desarrollar a una sociedad. Por ello es que resulta relevante
establecer prioridades en el gasto gubernamental.
No da igual si el Estado amplía una carretera o construye una
refinería, si edifica una clínica de salud o remoza un edificio antiguo.
Cada decisión tiene impacto sobre la comunidad beneficiada, o más en
concreto, sobre los recursos materiales y humanos con
los que ésta cuenta para transformar su realidad.
Acaso
por tal argumento es que año con año se vuelve álgida la discusión
sobre el presupuesto de la Federación. La enumeración de las prioridades
es tarea ingrata porque hay que
definir lo que va primero y lo que viene después.
Nada
sería más perfecto que contar con una mirada objetiva, capaz de evaluar
las necesidades sociales, para luego asignar el gasto con perfecta
eficiencia. Pero esa mirada en México
está sesgada porque el gasto público mexicano suele priorizar la
inversión destinada a mejorar los recursos materiales y menosprecia
aquella dirigida a favorecer el desarrollo de los recursos humanos.
La
experiencia con que cuentan los órganos de control para evaluar las
inversiones que se hagan en estos rubros es amplia. Saben indicar
cuantos kilómetros de autopistas se construyeron
o remozaron, cuántas escuelas se edificaron, cuántas camas se
incrementaron en los hospitales.
No
hay duda de que al país le faltan vías de comunicación, necesitamos
mejores puertos, aeropuertos y vías férreas. La urbanización de la
mayoría de nuestras ciudades deja mucho
que desear y salvo lunares excepcionales, el campo padece de grave
falta de infraestructura.
Esta
omisión a la hora de medir la relación entre gasto público y su impacto
directo sobre nuestros recursos humanos es un mal síntoma que explica
muchas cosas. Por ejemplo, ¿por
qué los niveles de aprendizaje permanecen estancados a pesar de que se
ha incrementado notablemente la cobertura educativa? ¿Por qué, mientras
la inversión en salud se multiplicó la calidad de los servicios públicos
sanitarios continúa siendo tan pobre? O,
¿por qué los indicadores de desnutrición se dispararon al mismo tiempo
que el programa Oportunidades alcanzó récord histórico por su número de
beneficiarios?
Sin
embargo, esos mismos órganos no saben evaluar el impacto que el gasto
tiene sobre los recursos humanos. No cuentan, por ejemplo, con
herramientas que permitan medir, a partir
del gasto público invertido, los cambios en la habilidad para leer o
escribir de la población infantil o la mejora en la expectativa de vida
de tal o cual población.
Dice
un buen refrán de los administradores que lo que no se mide es difícil
cambiarlo. Pues en México no se mide el impacto del gasto público sobre
la vida concreta de las personas.
Son otros los indicadores que se consideran para hacer las
evaluaciones. Se suelen cuantificar los metros lineales de construcción,
el número de edificios, de bancas, de camillas, de tiendas, de personas
atendidas, pero la métrica sobre la eficacia o calidad
de los servicios —sobre la repercusión en la vida cotidiana de la
persona— es prácticamente inexistente.
El
gobierno federal ha prometido que desarrollará un sistema de evaluación
del desempeño para afinar las políticas y el ejercicio de los recursos
públicos. Sería un grave error
que el método utilizado se centrara en evaluar el impacto del gasto
sobre los recursos materiales, sin intentar hacer lo propio con los
recursos humanos. Si lo segundo ocupara el primer lugar, muy
probablemente las prioridades en el gasto público mejorarían.
Tendríamos un presupuesto más racional y por lo tanto menos errático.
La
gran revolución que México se merece es aquella que le permitiría
multiplicar sus recursos humanos. Esta es la tarea pendiente que habría
de ocupar buena parte de los esfuerzos
hechos por el país para las próximas décadas. Pero no lo vamos a lograr
si no comenzamos por medir el impacto que el gasto tiene sobre los
recursos humanos y mantenemos la necedad de usar la métrica solo para
evaluar la inversión sobre los recursos materiales.
Analista político